Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1869-1871 (Cortes Constituyentes de 1869 a 1871)
Sesión: 12 de febrero de 1870
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Díaz Quintero. Réplica al Sr. Pellon y Rodríguez
Número y páginas del Diario de Sesiones: 216, 5.69, 5692
Tema: Exhorto a Doña Isabel de Borbón. Tratados con Inglaterra

El Sr. Ministro de ESTADO (Sagasta): Voy a decir breves palabras para contestar mi amigo el Sr. Pellón y Rodríguez. Y serán breves mis palabras, porque en realidad estoy conforme con todas sus apreciaciones, y nada tengo que decir sobre este punto.

Ha condenado S.S. con dureza, con razón y con justicia, el tratado de 1835 celebrado entre España e Inglaterra para perseguir la trata de esclavos. ¿Qué he de decir yo a eso? Pero es lo cierto que el tratado se hizo, y que el tratado se hizo comprometiéndose Inglaterra a dar a España 400000 libras esterlinas. Es decir, que por un puñado de oro Inglaterra compró el derecho de visita y el derecho de captura de los buques que se dedicaran al tráfico de negros.

Y como quiera que el derecho de visita es una consecuencia natural del derecho de captura, porque es un derecho preexistente, y sin él la aprehensión no podía verificarse, ha perjudicado en gran manera al comercio español, porque se ha abusado de ese horrible derecho de visita, y con él creado obstáculos insuperables a la navegación marítima de buen a fe.

Es sensible, Sres. Diputados, lo que ha venido sucediendo en esta materia. El Sr. Pellón ha hecho bien en reclamar contra los abusos cometidos a la sombra de los tratados de 1835, quizá contra los deseos del mismo Gobierno inglés, porque no se puede comprender que haya gobierno alguno que permita, que tolere y que consienta, ni mucho menos, lo que en esto ha venido sucediendo. Hay que tener en cuenta que muchas veces el excesivo celo de los agentes de los gobiernos, la ineptitud y algunas veces también móviles menos honrosos y dignos, hacen cometer ligerezas y abusos de gran trascendencia, de los cuales no puede hacerse responsables a los Gobiernos. [5691]

Y el Gobierno inglés en estos últimos tiempos ha debido reconocer algo de esto, cuando hay comunicaciones honrosísimas para el Gobierno español, en las que aquel Gobierno hace justicia a las autoridades españolas relativamente la exactitud con que cumplen los tratados de 1835, quiera sean tan horribles como han sido esos tratados.

Sabe S. S. que este tratado se hizo el año de 1817, si no estoy equivocado; que luego se modificó en el de 1835; pero conservando el espíritu, la base y el fondo del de 1817. Sabe S. S. que el derecho de visita era recíproco para las naciones, y la Inglaterra comprendió que es la podía valer algo, cuando siendo este derecho recíproco, dio a España 400.000 libras esterlinas; porque estaba estipulado en el tratado de 1817 que al año de ajustarse estipulación, había de entregar Inglaterra al Gobierno español esa cantidad, cantidad que entregó en efecto. Y tengo alguna noticia para decir que no fueron solo 1.400.000 libras que constan en el tratado las que dio Inglaterra a España, sino que la dio otra cantidad, quizá menor que la oficial, quizá no menor que la fijada en tratado para que ese tratado se estipulase.

Y yo digo al Sr. Pellon: si la Inglaterra en efecto cumplió las condiciones con que se hizo ese tratado, claro es que el Gobierno español no puede nada en el tratado de 1835 sin la venia y el consentimiento de Inglaterra. Pues bien: el Gobierno español está dispuesto a hace todo lo posible para revisar ese tratado, y cree que la Inglaterra no se opondrá, con tanto mayor motivo, cuanto que reconoce la legalidad con que el Gobierno español está procediendo en esta materia. Pero sería necesario para eso que la Inglaterra, además de conocer nuestra buena fe y nuestra legalidad en este punto, viese que hemos procurado hacer algo respecto al origen principal, respecto la causa principal de aquel tratado, que es el tráfico de esclavos. Desde el momento en que la Inglaterra se persuada de lo dispuesto que está el Gobierno español a introducir grandes reformas en la organización de nuestras Antillas desde el instante en que el Gobierno español acaba de estudiar los planes que tiene sobre aquellas posesiones nuestras, y pueda presentarlos a la deliberación de las Cortes el Gobierno inglés verá que no hay necesidad de perseguir el comercio de esclavos, como ha venido haciéndose hasta ahora, y en ese caso no tendrá inconveniente alguno, no solo en que se revise el tratado, sino hasta en que se rescinda, que a eso es a lo que tiende el Gobierno español; y es de creer que la Inglaterra, llegado ese momento, no oponga dificultad ninguna a la revisión del tratado, porque de otro modo demostraría que lo que la llevó a celebrarlo no fue precisamente la abolición de la esclavitud, sino otros intereses no tan elevados, no tan humanitarios, no tan nobles, y no estaría bien que la Inglaterra manifestase sentimientos que en realidad no tiene.

¿Qué he de decir yo respecto a la crítica que el serio Pellon ha hecho del tratado de 1835? S.S. le ha tratado muy duramente: más duramente lo trataría yo; pero es inútil que malgastemos el tiempo en probar lo que está en la conciencia de todo el mundo: yo no he de interrumpir los trabajos de la Asamblea, ni me ha de ocupar en anatematizar una cosa que ya lo está en la conciencia de todos los españoles.

Pero la verdad es que aquellos tratados se hicieron: las gentes de entonces entendían la política de diferente manera que hoy se entiende, y yo no puedo menos de lamentar aquello. El Gobierno español no debió buscar la ayuda y la intervención de la Inglaterra, ni de ninguna otra nación, para velar por el cumplimiento de las leyes el Gobierno debió haberse bastado a sí mismo para exigir la observancia de las leyes, y debió haber perseguido sin descanso o los buques que se dedicaban a tan abominable tráfico; pero no se hizo, se buscó el auxilio de otra nación, y es más, se buscó ese auxilio recibiendo encima un puñado de oro y esto es lo que hace más difícil la cuestión que ha suscitado el Sr. Pellon. Ya sé yo que no era esa la política que debía haberse hecho: ya sé yo que no debió celebrarse ese tratado; pero el resultado es que se celebró: y yo no culpo tanto a los que intervinieron en la formación del tratado de 1835, como a los que ajustaron el de 1817, porque el de 1835 se limitó solo a modificar el de 1817, pero conservando su espíritu, su base, su esencia, pues la Inglaterra no hubiera tampoco consentido otra cosa.

Pero ¿qué le hemos de hacer sí en lugar de haber protegido nosotros nuestros buques mercantes, si en lugar de haber sido nosotros los que debimos haber perseguido los barcos negreros sin descanso, si en lugar de haber sostenido nuestra bandera solicitamos el apoyo de un pabellón extranjero, y por la ayuda que esa nación nos prestara, y por la protección que dispensara a los buques españoles, que se dedicaban al comercio, buscábamos una cantidad miserable, atendidos los grandes trastornos que producido en nuestro comercio marítimo? Pero la verdad es que se hizo, y ya no lo podemos remediar.

Yo creo, pues, que el Gobierno español tiene ocasión oportuna de gestionar sobre este punto, cuando después de haber estudiado las reformas que se proyectan en América, se convenza la Inglaterra del deseo que nos anima o abolir para siempre la esclavitud, y vea que nuestros buques de guerra, como sucede ahora, persiguen con el mayor ahínco a los barcos negreros y, hacen más presas que los mismos buques ingleses. Cuando la Inglaterra se persuada de esto, yo creo que no solo no tendrá inconveniente en que se revisen los tratados, sino que no lo tendrá en que se rescindan, porque de otra manera la Inglaterra daría a entender que desea vejarnos, que desea mortificarnos, y la nación inglesa tiene bastante poder para pensar en mortificar a un país amigo, que ve, no con envidia, pero sí con admiración, su creciente prosperidad y grandeza.

Esto es lo que puedo decir al Sr. Pellon y Rodríguez, asegurándole que por parte del Ministro de Estado se hará todo lo posible para modificar esos tratados que han sido la muerte de nuestro.



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